Rosa Alonso se jubila tras 40 años de servicio

  • 14/06/12
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Supervisora de la Unidad de Hemodiálisis del Hospital Valdecilla, en 2011 recibió la medalla al Mérito Profesional del Colegio de Enfermería

Supervisora de la Unidad de Hemodiálisis del Hospital Valdecilla, en 2011 recibió la medalla al Mérito Profesional del Colegio de Enfermería

La Medalla al Mérito Profesional, que Rosa Alonso recibió el pasado año, sirve para que el Colegio de Enfermería de Cantabria reconozca a las enfermeras que han destacado por su trayectoria profesional y el desarrollo de los principios enfermeros en todos los campos de actuación –asistencial, docente, investigador y gestor–.

Esos principios son los que ahora, en el momento de su jubilación, deben volver a ser recordados para expresar lo que Rosa Alonso deja como herencia al resto de los profesionales de enfermería, tras cuarenta años de profesión, y que sus compañeras y compañeros de trabajo le han querido agradecer a través de un cálido homenaje que le han dedicado en el hospital.

Una vida dedicada a la enfermería y a los pacientes

Realizó los estudios de Enfermería en León, pero la enfermedad de su madre hizo que regresara a Cantabria para estar más cerca de su familia. Comenzó a trabajar como enfermera en la Residencia Cantabria, para pasar posteriormente al Servicio de Cirugía y en 1972 conoce el proyecto que tenía el doctor Llamazares, por entonces médico internista, para poner en funcionamiento un riñón artificial. Interesada por lo llamativo y novedoso, acude a verlo y se ofrece a participar en ese gran reto.

De la mano de Llamazares, Rosa Alonso realiza la primera hemodiálisis en Cantabria, que hasta entonces solo habían llevado a cabo en España el Hospital Puerta de Hierro de Madrid y el Clínico de Barcelona. A los tres meses se incorpora la enfermera Maite Sola y ambas comenzaron a vivir los satisfactorios pero complicados trabajos de la enfermería nefrológica.

Rosa siempre calificó al doctor Llamazares como un gran médico, referente y maestro, del que señala que “para ser un gran médico hay que ser un gran enfermero y, en su caso, se cumplía esta premisa. Con su muerte en accidente la medicina perdió una gran persona por que tenía carisma, visión de futuro y se entregaba por entero a los pacientes y al resto de profesionales sanitarios”.

En 1976 la Unidad de Hemodiálisis se traslada al Hospital Valdecilla y a principios de los 80 asume el cargo de supervisora y nombran jefe del servicio al doctor Arias, que sustituye a Llamazares cuando éste es nombrado director del hospital. Ambos trabajan desde entonces con el propósito de dirigir a un equipo de profesionales con una trayectoria afín, donde potencian la dedicación al paciente, la formación, la mejora de conocimientos y la continua actualización, lo que ha permitido que el Servicio de Nefrología de Valdecilla sea reconocido como un gran referente a nivel nacional e internacional.

Rosa es una enfermera que ha estado y está presente en todos los campos de la Enfermería, bien como gestora, desde su cargo de supervisora del servicio, como desde el punto de vista asistencial, pues siempre ha estado al lado del paciente y su familia, preocupada por su bienestar y confort. En el campo de la docencia siempre le ha gustado transmitir los requisitos de entrega, buenos cuidados, empatía, conocimientos y habilidades que debe tener una enfermera y, junto a otras compañeras, se encargó de formar a las primeras promociones de auxiliares de enfermería en Cantabria.

También destaca su labor investigadora, para la que nunca le faltaron ideas y estímulos para hacer llegar el quehacer de los profesionales del servicio a los foros de las sociedades científicas, tanto a nivel nacional, a través de la Sociedad Española de Enfermería Nefrológica, como internacional, a través de la EDTNA, con el fin de compartir, aprender y mejorar sus conocimientos.

Dicen quienes la conocen bien que una reprimenda suya puede hacer temblar las mesas de los despachos más altos de todo el Hospital Valdecilla. Es una mujer de hierro envuelta en la seda de la cercanía del amor al enfermo, a quien ha dedicado 40 años de su vida, y más si la dejaran. Es un brillante pulido por uno de los más queridos médicos que han pasado por el hospital, el doctor Llamazares, 'el jefe', con quien emprendió la aventura de hacer realidad la Unidad de Hemodiálisis del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander, del que es supervisora. Maestra, amiga, confidente, conferenciante, docente... es la mano que cuida y acaricia a quienes la salud les ha jugado una mala pasada. Hoy recibe un multitudinario homenaje de sanitarios, enfermos y alumnos, tributado a 'la maestra', a 'la señora de España' como se la conoce en los foros internacionales en los que es escuchada con sumo respeto. Es enfermera en estado humanamente puro. «Te quiero, Rosa». El doctor Celestino Piñera pasa a su lado y la saluda de esta manera.

-Realmente es usted, sin exageraciones, una institución.

-No. Soy una veterana enfermera. Una persona afortunada porque he dedicado mi vida a algo que me apasiona. Seré enfermera hasta que me muera.

-Si se lo permitiesen, ¿seguiría?

-Sí. No estoy cansada, pero hay mucha gente joven, bien preparada, que tiene que trabajar en unos momentos muy duros.

-¿Cuándo descubrió que ésta sería su vida?

-Creo que soy enfermera desde que nací. Jamás pensé ser otra cosa. Pedía a los Reyes una muñeca y un botiquín. ¿Por qué?, porque mi madre estaba muy enferma y siempre vivimos ligados a la enfermedad. Cuando estás cerca de ella, la estructura familiar se refuerza.

-Presiento que su madre ha sido un hilo conductor de su vida.

-La raza que dicen que tengo, la heredo de ella. Mi padre, Vicente, era guardia civil. Mi madre, Patricia, vendía pescado en Solares para pagarnos los estudios a mi hermana y a mí. Quería que fuéramos más que ella. Mi único objetivo era ser pronto enfermera para quitarla de trabajar. Ella no estaba muy conforme con la profesión que elegí pero tuve claro que si no era enfermera no sería otra cosa en la vida.

-Usted vino al mundo en Valdecilla pero se fue a estudiar a León.

-Porque allí podía empezar con 16 años, y aquí con 17, y tenía mucha prisa por acabar la carrera y ayudar en casa. Era el año 1967.

-Me cuentan que estando en León un famoso médico le definió a las enfermeras de Valdecilla.

-No lo olvidaré nunca. Me presentó una compañera explicando que yo era de Santander. Él entendió que había estudiado aquí y dijo algo que expresa el orgullo que significa ser enfermera de este hospital: «¡Qué enfermeras las de Valdecilla! Cuando yo me tropiezo con un,a levanto el sombrero para saludarla».

-En 1969 acaba la carrera con el número uno. ¿Cumplió su promesa para con su madre?

-Al día siguiente de obtener el título entré a trabajar en el Hospital Miranda de León. Ganaba 12.000 pesetas más el 1% de las operaciones. Yo vivía con ese 1% y el resto se lo mandaba a mis padres. Mi madre ese día dejó de vender pescado, un trabajo que hacía con el esfuerzo que le suponía una cardiopatía reumática. Para que se haga idea de lo que ese dinero suponía, mi padre, guarda civil jubilado, ganaba 3.100 pesetas. Me vine a la Residencia Cantabria perdiendo dinero porque aquí ganaba 9.300 pesetas, que, no obstante, en 1970, era un sueldazo.

-Y se produjo el encuentro con el doctor César Llamazares y todo cambió.

-Yo había pedido cirugía, una especialidad que me encantaba. En 1971 se empezó a rumorear en la Residencia que había un riñón artificial, algo que era como de ciencia ficción, ya que sólo los había en hospitales muy importantes de Madrid y Barcelona.

-La curiosidad, en este caso, no mató al gato.

-Efectivamente. A la hora del café bajé con una auxiliar para ver el famoso riñón artificial. Nos encontramos un cuarto en penumbra, un médico, solo, sentado junto a una mujer, se llamaba Guillermina, la primera dializada en Cantabria, conectada a una máquina que entonces era un armatoste. Era el doctor Llamazares. Tenía todo ordenado con la meticulosidad y perfeccionismo con que él hacía todo. Le dije que ni la mejor enfermera del mundo podría tener un carro de curas tan extraordinariamente ordenado. Él me contestó, «señorita, para ser un buen médico hay que ser una buena enfermera».

-¿Y.....?

-Salí de allí jurándome que algún día trabajaría con él.

-Por los datos de que dispongo no había servicio de nefrología en aquel momento, en 1971.

-Se creó la especialidad en 1973. 'El jefe' (así llaman aún al doctor Llamazares) había llegado a Cantabria, desde León, como médico internista. La unidad de hemodiálisis la pusimos en marcha fuera de las horas de trabajo. Sólo podíamos dializar a dos pacientes, y cada sesión duraba nueve horas.

-¿Recuerda al primer enfermo que dializó?

-Perfectamente. Se llamaba Manuel Santos Alvarado. Era un hombre joven, de 32 años, muy culto y preparado, dispuesto a hacer lo que fuera, por muy novedoso, para curarse.

-¿Cómo crearon la unidad?

-Con esfuerzo y trabajando muchas horas fuera del horario oficial. Ahorrando al máximo los pocos materiales con los que contábamos, pero en un año, a finales de 1972, ya teníamos dos riñones artificiales; en 1976 ya eran seis, y cuando poco después nos bajaron a Valdecilla, ya teníamos doce.

-¿Cómo recuerda el primer trasplante de riñón en Cantabria?

-Se hizo el 26 de febrero de 1975. Fue fantástico, increíble. La primera vez que se acometía una operación de este tipo en la región. Fue un trasplante entre vivos. El enfermo se llamaba Tomás, un zamorano joven, y su donante, una hermana. De alguna manera fue una apuesta decidida de 'el jefe', quizás hasta con cierta osadía, pero, como él siempre decía, «no se puede tener a una persona esclavizada a una máquina».

-Desde entonces, imparable.

-Ocho días después hicimos el primer trasplante de un fallecido, de un chico que había muerto en un accidente de moto en Solares. Aquella noticia significó la primera gran campaña de mentalización de la necesidad de ser donantes. Trabajamos duro pero con una ilusión que no he perdido. Teníamos en la puerta de urgencias personas de todas las provincias de alrededor haciendo cola, enfermos de riñón. Valdecilla ha sido siempre valiente por sus profesionales, no por su estructura.

-Pero llegó la tragedia.

-El día 7 de diciembre de 1983 yo tenía el día libre e iba a acompañar a una amiga al médico. 'El jefe' estaba en Madrid y me había dicho que regresaría el día 6 en el tren de la noche. Cuando llegué a buscar a mi amiga por la mañana me dijo que había habido un accidente de avión en Madrid y que la radio decía que iba en él el director de Valdecilla. Me quedé tranquila porque sabía que había llegado en tren pero llamé a su secretaria, Paquita, y me dio la horrible noticia.

-¿Qué recuerda del doctor Llamazares?

-Que su muerte fue una tragedia para todos porque era el jefe, no por serlo, sino por la autoridad moral que tienen los grandes. Sencillo, tremendamente culto, absolutamente honesto y divertido. La fortuna que tuvimos todos, sanitarios y enfermos, fue encontrarnos con él, haberle conocido. Nadie le ha olvidado. Era singular, un médico humanista y humano.

-Se va de 'su' hospital y queda a medio construir.

-Tienen que acabar Valdecilla como sea, entre otras cosas porque hay que cerrar la Residencia. Deben hacer un esfuerzo enorme porque doce años de provisionalidad son demasiados.

-Son tiempos de crisis.

-También hace 41 años había falta de todo. Teníamos que esterilizar las jeringas, poner parches a los guantes, reutilizar el material... pero había ilusión. El activo de un hospital, de una empresa, es su personal. Desde arriba hacia abajo. La gente tiene que sentir que su trabajo es importante, y si no se lo hacen sentir, las cosas no funcionan.

-Explíquese mejor.

-Pues que si lo que haces en tu trabajo da igual que sea blanco o negro, o los que deberían dar ejemplo no lo dan, los que deberían exigir no exigen o los que tendrían que estar trabajando no trabajan ¿qué pasa? Una institución como Valdecilla es una cadena en la que si un eslabón se rompe se destruye todo. El doctor Hernando, que dirigía la Fundación Jiménez Díaz, hace 20 años, un día me preguntó cómo estaba Valdecilla y le contesté: «Allí han llegado unos listos, que a poco que nos descuidemos, se van a cargar el hospital».

-De quién hablamos, ¿de políticos o de gestores?

-Hablamos de gestores pero tampoco han hecho mucho los políticos. Lo peor que puede tener una institución sanitaria es que esté gobernada por políticos, no por técnicos. Esto tendría que mantenerse al margen de todas las contiendas. Como en todo en la vida debe dirigir quien más sabe.

-¿Qué se está haciendo mal?

-Mire, un hospital es una casa en grande y ésta tiene todos los tembleques de la falta de cabeza. El doctor Hernando me decía que tendrían difícil cargarse Valdecilla porque era un hospital «que tenía madre» y cuando se tiene madre es difícil que a uno le tumben. Le pueden tambalear pero no tirarle. Me quedé con aquella idea.

-Tradúzcalo a la realidad de este centro médico.

-Valdecilla tiene mucha gente que le quiere, a la que nos duele el hospital. Aquí hay muchísimas personas, buenísimos profesionales, extraordinarios, a los que no se les está dejando trabajar adecuadamente. Esto es malo porque mata la ilusión. Tenemos unas buenas estructuras, este mismo pabellón nuevo, pero no son las que dan el bienestar a los pacientes, se lo damos quienes estamos dentro.

-Pero a veces las situaciones incómodas causan crispación.

-En gran medida porque no se deja hacer. Insisto. Veo el hospital sin ilusión. Es imprescindible hacer que la gente recupere el sentido y el orgullo por cada cosa que hace. Cada trabajador en un hospital es vital. No hay nadie más importante, de verdad. Puedes tener el mejor jefe de servicio del mundo pero si la limpiadora no limpia, su departamento estará hecho una porquería, aunque él sea muy brillante. Puedes tener los mejores médicos del mundo, pero si están enfadados no serán capaces de trasmitir su cercanía, sus conocimientos. Lo que los pacientes nunca preguntan es cuántos masters o doctores honoris causa tienes; nos preguntan si se van a curar, si les puedes ayudar.

-Finalmente, ¿por qué la llaman la 'señora de España'?

-Desde hace 38 años soy miembro de la Asociación Europea de Enfermeras de Diálisis y Trasplantes. He participado en muchos congresos como ponente. Ya soy conocida, y como no hablo inglés, siempre que nos encontramos me dicen: 'aquí está la señora de España'. He llevado la experiencia de Valdecilla por todos los lugares donde me han requerido y eso me ha enriquecido mucho como persona.